De: Eduardo Gonzalez-Viana <egonzalezviana@yahoo.com>
Por Eduardo González Viaña
La exagerada Piura
La primera vez que fui a las Huaringas, viajé por vía aérea a Piura y alquilé un carro. Estaba yo escribiendo un libro sobre el famoso chamán llamado El Tuno, y quería visitar ese pueblo en el que la mayor parte de la gente se dedica a ejercer la brujería.
Sin embargo, cuando indagaba por los mejores caminos para Las Huaringas, mis amigos piuranos me advirtieron que el pueblo está situado a una altura tan grandazasasa que todo el tiempo estaría yo manejando con el carro en posición vertical.
De entonces para acá, tanto otros visitantes como mis propias experiencias me han hecho confirmar que Piura es la tierra de las exageraciones y los superlativos. Las naranjas de Canchaque son dulcisisímas y el desierto de Sechura es sequisísimo y no hay en el universo una luna como la luna de Paita ni un sol como el sol de Colán.
Creo que tienen razón los piuranos en ser tan desmesurados. Pocas tierras han congregado a gente tan asombrosa como la que nació o ha habitado allí. Recuérdese que en los tiempos de la Guerra del Pacífico, la atención del mundo estaba concentrada en un marino nacido en Piura que, con su pequeño monitor desafiaba y derrotaba cada semana a una de las armadas más poderosas en la historia.
Se llamaba Miguel Grau Seminario y, desde el puerto de Paita cuando niño, no había dejado de mirar el mar ni acaso de soñar que algún día estaría en uno y otro puerto al mismo tiempo para desconcierto del enemigo y acicate permanente en la defensa de la patria.
Si uno de nuestros mayores héroes nació en Piura, sus cálidos suelos cobijaron por décadas a Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar y a Manuelita Sáenz, la libertadora del libertador. Hay que pensar qué visiones se reflejarían en los ojos de la bella guerrera tarde tras tarde cuando divisaba el profundo horizonte marino y la puesta de sol en Paita.
En la década de 1930, la discusión ideológica del Perú se centró en Piura cuando los postulados fascistas eran encarnados por dos piuranos, el dirigente político Luis A. Flores y el dictador Luis Sánchez Cerro al mismo tiempo que un paisano de ellos, Luciano Castillo, fundaba el Partido Socialista del Perú el 18 de octubre de 1930 en Paita durante los mismos días en que los limeños avanzaban tras las andas del Señor de los Milagros.
Varias décadas después, otro piurano, el general Juan Velasco Alvarado sería para sus partidarios y detractores el protagonista del mayor cambio social y económico en la historia del Perú.
En 1952, un joven de 16 años presentaba en el cine Variedades de Piura su primera obra teatral llamada La huida del inca. Era alumno del quinto de secundaria del colegio San Miguel, había escrito el drama en tres actos y al mismo tiempo dirigía la obra, marcaba los pasos, señalaba los desplazamientos en el escenario y remedaba como deberían ser las inflexiones de voz de cada actor. Se llamaba Mario Vargas Llosa.
Un amigo común, Walter Palacios Vinces, quien hacía el papel de sumo sacerdote, me cuenta que mientras tanto él como sus compañeros de actuación se sentían algo nerviosos ante la proximidad del estreno, Mario estaba por completo seguro de que "lo que se hace en Piura, siempre se hace bien" . Tal vez ese recuerdo piurano fue la pauta y el modelo de la obra de futuro Premio Nobel.
El día de la inundación, conversé por teléfono a las siete de la mañana con Manolo Rosas y con Pepe Azcárate, dos de mis mejores amigos piuranos. (Los otros no contestaban). Uno y otro me dijeron que tal vez dejarían su casa pero nunca abandonarían su pueblo. Ahora estoy seguro de que así será porque a mí jamás me abandona el recuerdo de Piura, y eso me asegura que ni los diluvios puedencon esta maravillosa ciudad desmesurada.
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